domingo, 5 de junio de 2016

Argentina y la nueva geopolítica de Estados Unidos en América Latina.


El Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, visitó Cuba y Argentina. Mientras en La Habana realizó un giro histórico a la política estadounidense para la isla, en Argentina dio un espaldarazo a Mauricio Macri, un presidente proestadounidense y ultraderechista.

Un observador desprevenido, bombardeado por el mensaje de los grandes medios y endulcorado por las palabras de Obama, podría pensar que con el giro en Cuba, cambia la política estadounidense hacia América Latina, que ya no caerá en los “excesos” del pasado. Otro observador, podría creer que se trata de una política contradictoria: buenas relaciones con un gobierno revolucionario para luego abrazar a quién se propone como mejor alumno para atacar violentamente a otro gobierno revolucionario.

Ni lo uno ni lo otro. La política diseñada por el Departamento de Estado y ejecutada por Obama tiene un hilo conductor. Da de baja una política hacia Cuba cuyo fracaso es un hecho y la utiliza para venderla como un cambio y una maduración que no existen. Resigna una pieza perdida, y lo presenta como signo de generosidad. Busca así, recomponer la imagen de Estados Unidos en el continente, y es parcialmente exitoso. Si Bush creaba olas de rechazo a su paso, Obama puede visitar países sin grandes manifestaciones en su contra. Uno destruyó Irak y Afganistán. El otro Siria, Libia y sigue la cuenta. Uno fue odiado y encarnó la personificación de la guerra. El otro, Premio Nóbel de la Paz, se muestra simpático y genera expectativas positivas en franjas de ciudadanos. He allí, a través de su Presidente, la recomposición de la imagen de Estados Unidos en el mundo. Para eso visitó Cuba. Modificar la imagen de Estados Unidos en el continente para atacar con éxito a quién se propone atacar.

¿Que papel juega el Presidente argentino Mauricio Macri?
Antes que Presidente de la Argentina, Mauricio Macri es representante de los Estados Unidos ante el país, una marioneta bajo control directo del Departamento de Estado.

Los últimos 15 años de políticas sudamericanas, los avances en la integración subcontinental, se sostuvieron en la relación entre tres gobiernos: el venezolano, el brasileño y el argentino. De los tres, el argentino es el único que cambió de signo y es por lo tanto la llave para enfrentar y revertir ese proceso. Ese es el rol asignado a la Argentina.

En esta primera etapa, Buenos Aires debe trabar y vaciar a la UNASUR y la CELAC y gravitar sobre Brasil para realinearlo en las iniciativas de integración planificadas en el Departamento de Estado, esto es el ALCA por otros medios y con otro nombre. Ese proceso no llegará a ser completo, mientras el gobierno de Brasil esté en manos del PT. Sin embargo, el debilitamiento de Dilma Roussef, producto de la profunda crisis política que vive en estos días colabora con esta política.

Debilitado el PT y eventualmente realizado el recambio de gobierno en Brasil, se completaría el círculo para aislar al único gobierno irreductible y el principal impulsor de la unidad sudamericana, el venezolano.

Aislada Venezuela, se ampliaría el espectro de los instrumentos a utilizar para acabar con ese proceso. Algo es seguro para cualquier observador o analista que tenga una cuota mínima de seriedad: revertir la Revolución Bolivariana y derrocar a su gobierno, no es algo que pueda hacerse en paz, sin aplicar dosis masivas de violencia. Ante esa contrarevolución que intenta abrirse paso, palidecerán las dictaduras que el continente conoció en los 70. Por eso, miente Obama cuando sugiere que la “maduración” de su país impide que apoye dictaduras.

¿Porque es importante acabar con Venezuela?
Porque cumple un papel más relevante que el lugar que ocupa. Venezuela es el país que encabeza un bloque, el ALBA, que plantea una salida anticapitalista y socialista. No lo hace en cualquier circunstancia sino en medio de una crisis estructural del capitalismo que se encuentra en pleno desarrollo, y que ingresa nuevamente en una fase de agudización.

Allí radica la relevancia y el apuro de sus enemigos para acabar con la Revolución Bolivariana y el ALBA. Necesitan que en medio de la tormenta por venir no haya una alternativa socialista, con proyección estratégica y referencia concreta.

Si bien Rusia, China o Irán se enfrentan a Estados Unidos, lo hacen por porciones de poder y ninguno plantea una opción al capitalismo. Por el contrario, el socialismo de mercado chino desemboca en el capitalismo; Rusia recorrió ese mismo camino hace un cuarto de siglo e Irán nunca salió del capital. Si bien desde la óptica de los Estados Unidos esos países son un escollo en la disputa por la hegemonía, no son un problema desde el punto de vista de presentar una alternativa. Por el contrario, si esos países lograran conquistar la hegemonía, el capitalismo seguiría intacto y su crisis estructural también.

Los años por venir, no serán apacibles, no tendremos un capitalismo inclusivo con crecimiento sostenido y derechos que se amplían sino lo contrario. Esa cuadro multiplica la importancia de que no haya alternativa, que no haya ejemplo, que no exista una referencia real. Y que los que se propongan como vehículos para canalizar el descontento sean opciones que, si bien capaces de crecer en un determinado momento, y aún de ganar elecciones o conquistar el poder, carezcan en grado absoluto de proyección histórica para construir una alternativa viable al capitalismo. Eso es el fundamentalismo islámico en Oriente Medio o el nacionalismo de derecha en Europa.

Instrumentos eficientes para canalizar el descontento, las frustraciones y el odio que genera el capitalismo, pero inconducentes en grado total para plantear una alternativa. En América Latina, hasta el momento, el instrumento para descarrilar los procesos en curso y canalizar el descontento por caminos inconducentes, es la Iglesia Católica.

Ese cuadro explica el viaje de Obama a la Argentina. Vino a embestir a Macri como cabeza de la contrarrevolución hemisférica. Si alguien no lo convence esta argumentación, puede escucharla de boca de un columnista argentino bien informado, portavoz de la embajada estadounidense, Joaquin Morales Solá, quién escribe en el diario tradicional de la derecha argentina: “Rara vez un presidente de los Estados Unidos modifica su agenda internacional en pocas semanas para poder visitar un país. Cuando lo hace excepcionalmente, es, por lo general, para tratar conflictos internacionales de enorme envergadura. En ese contexto particular, Barack Obama estará en Buenos Aires el 23 y el 24 de marzo sólo para acercarse a un gobierno que creó buenas expectativas en el mundo”.

La ultima frase expresa la candidez fingida del columnista: Obama no vino a festejar a un presidente que creo buenas expectativas, sino a ejecutar una política tan prioritaria, que lo hace modificar una agenda, que solo se modifica para “tratar conflictos internacionales de enorme envergadura”. ¿No será que acaso estuvo tratando uno?

En efecto, y el columnista anticipaba cual: “De todos modos, la decisión de Obama de apurar una visita a Macri se debe también a razones geopolíticas más profundas. El nuevo gobierno argentino mostró tres decisiones cruciales para provocar la simpatía de Washington (…). Éstas son: la vocación del presidente argentino, explicitada ya en la campaña electoral, de denunciar públicamente la violación de los derechos humanos en Venezuela”. Y agrega “el gesto de Obama confirma la teoría de que la Argentina cobró una nueva dimensión geopolítica”.

Argentina cobró una nueva dimensión geopolítica: Obama vino para embestir a Macri, pieza clave para ejecutar el punto principal de su política hemisférica: derrocar al gobierno venezolano.

Fuente: Investig’Action

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